Maternar y trabajar de Laura Gutman
Carencia de maternaje y organización de dinámicas violentas
Comprar en lugar de vinculase
Tu hijo... es una buena persona de Carlos González
Nosotros, los depredadores de la cría humana
Niños entre cuatro paredes
¿Niños independientes? de un foro. Anónimo
Reflexiones de M. Dolores García Sánchez
Dile que le quieres
La ruptura de la simbiosis primaria
Video El ceebro del bebé y la crianza: href="http://www.bebesymas.com/salud-infantil/documental-el-cerebro-del-bebe-por-eduardo-punset-1">
Maternar y trabajar. Laura Gutman
Carencia de maternaje y organización de dinámicas violentas. Laura Gutman
Personalmente creo que todas las formas de violencia, pasivas o activas, concretas o sutiles, se generan a partir de la falta de maternaje, es decir, a partir de la falta en la calidad de atención, calidez, amor, brazos, altruismo, generosidad, paciencia, comprensión, leche, cuerpo, mirada y sostén....recibidos –o no- desde el nacimiento y durante toda la infancia.
Desde el punto de vista del bebé, toda experiencia sin suficiente apoyo y sostén, es violenta. Porque actúa en detrimento de las necesidades básicas.
Sencillamente, un bebé pequeñito llega al mundo sin ninguna autonomía. Recién adquiere la capacidad de desplazarse por sus propios medios alrededor de los nueves meses, gracias al gateo. Y necesita alrededor de dos años para tener conciencia de su ser separado. Y luego precisará varios años para que pueda salir solo a la selva urbana. Necesita del adulto para sobrevivir. Por supuesto que requiere que se le procure alimento, higiene, calma y silencio para dormir. También sabemos que el niño necesita contención, calor, cercanía de otro cuerpo, leche, mirada, palabras y sobre todo alguien que haga de mediador entre él y el mundo externo. Si no recibe una calidad de atención acorde con sus necesidades básicas, esa falta la vive como violenta. Es la violencia del desamparo.
La realidad es que la mayoría de los bebés llegan al mundo sin una mamá o persona maternante capaces de sostener y fundirse en la inmensa necesidad de ser sostenidos y acariciados en forma permanente. En la actualidad, los bebes no reciben incondicionalmente lo que piden, porque siempre hay un adulto cerca para no estar de acuerdo y para tener una opinión al respecto.
Generalmente se trata de las mismas madres amorosas que entramos en contradicción con nuestros propios pensamientos. El asunto es que no es un período para pensar. Es un período para entrar en fusión emocional. No hay que buscar razones, ni elegir concienzudamente la mejor opción. No hay reglas a seguir ni consejos aplicables. En estos casos los niños quedan prisioneros de lógicas incomprensibles, alejados de los brazos de sus madres y solos.
Los bebés unánimemente explican una y otra vez a través de sus interminables y prístinos llantos, dónde está su lugar. El bebé que no está en contacto con el cuerpo de su madre, experimenta un inhóspito universo vacío que lo va alejando de su anhelo de bienestar que traía consigo desde el período en que vivía dentro del vientre amoroso de su madre. El bebé recién nacido no está preparado para un salto a la nada: a una cuna sin movimiento, sin olor, sin sonido, sin sensación de vida. Esta violenta separación de la díada causa más sufrimientos de lo que podemos imaginar y establece un sin sentido en el vínculo madre-niño. Cuando las expectativas naturales que traía el pequeño son traicionadas, aparece el desencanto, junto al miedo de ser nuevamente herido. Y después de muchas experiencias similares, brota algo tan doloroso para el alma como es el enojo, el miedo y la resignación.
Cuando ese ser tan pequeñito no se siente valioso ni bienvenido, se convertirá necesariamente en un ser humano sin confianza, sin espontaneidad y sin arraigo emocional. Todos los bebés son valiosos, pero sólo pueden saberlo por el modo en que son tratados. En los países “desarrollados”, las madres compramos libros con indicaciones sobre cómo atender a nuestros hijos, sobre cómo dejarlos llorar hasta que se duerman y cómo abandonarlos en el vacío emocional sin siquiera tocarlos. Las madres jóvenes desconfiamos de nuestra capacidad innata de criar a nuestros hijos, y desoímos los “motivos” que tienen los bebés para transmitir señales que son inconfundiblemente claras.
La noche en particular puede ser terrorífica para los niños al no percibir ningún movimiento. El “tiempo” aparece como un hecho doloroso y desgarrador si la madre no acude, a diferencia de las vivencias dentro del útero donde toda necesidad era satisfecha instantáneamente. Ahora la espera, duele. De hecho, los niños lloran hasta dormirse. Al despertar, finalmente encuentran confort en brazos de sus madres. Pero ya no confían, están atentos y se aferran con vigor a los pechos calientes. Los muerden, los lastiman. Tienen miedo. Y así, una y otra vez hasta que abandonan. El miedo los acompañará siempre, incluso en esos momentos en que están reconfortados. Porque saben que el silencio volverá en cualquier momento a devorarlos. Nunca más dejarán de estar alertas. No cuentan con nadie y el mundo es hostil.
Cuando nuestros hijos lloran o reclaman “más de lo normal”, creemos que se han constituido en enemigos que las madres debemos vencer. La idea básica alrededor de esta moda estima que satisfacer las necesidades de un bebé o niño pequeño los convierte en “malcriados”, aunque paradójicamente, obtenemos una y otra vez el resultado opuesto al esperado. De hecho, los bebés siguen siendo “demandantes”, se enferman, se accidentan y nos traen muchos dolores de cabeza.
En la medida que van creciendo, la psique se organiza adquiriendo ciertos mecanismos de supervivencia, para sufrir lo menos posible. Algunos de esos mecanismos son visibles, como los niños que pegna o muerden para sentirse valiosos; otros son invisibles, como los niños que suelen ser víctimas de otros niños, o los que se deprimen o pasan desapercibidos, o bien los que se enferman con demasiada frecuencia, logrando de ese modo obtener la mirada y la atención que siempre necesitaron.
En la medida que no estemos dispuestos a atender y satisfacer las necesidades naturales y legítimas de los niños pequeños, estamos induciendo a perpetuar las dinámicas violentas. Porque un niño no satisfecho, es un niño que insistirá por diferentes medios conquistar lo que necesitó genuinamente. Así crecerá, se convertirá en adolescente, en joven y en adulto: como un ser necesitado. Entonces golpeará a otros, robará, manipulará situaciones, se convertirá en víctima de otros, luchará por obtener lo que creerá imprescindible para su supervivencia emocional. Aunque habrá olvidado lo que siempre quiso pero no podrá conseguir, por más fuerte y poderoso que devenga: no podrá obtener más mamá.
Todas las formas de violencia que tanto nos preocupan, tienen un común denominador: la necesidad primaria no satisfecha. Cuando algo vital para la supervivencia emocional, no lo podemos incorporar, nos desesperamos. Y la desesperación por vivir, nos obliga a buscar modos de apropiarnos de lo que sea. Puede ser el deseo del otro, el cuerpo del otro, el prestigio del otro, o lo que sea que la conciencia perciba como alimento espiritual.
Por eso, si reconocemos nuestras propias limitaciones afectivas, nuestras incapacidades para reconocer el deseo del niño que es diferente al nuestro (y justamente por eso no lo toleramos); veremos que la dedicación, el altruismo y el tiempo de dedicación exclusiva hacia los niños pequeños, constituye la verdadera prevención contra todo tipo de violencias.
Los niños sostenidos, acariciados y respetados están en paz consigo mismos. No necesitan luchar por un territorio emocional, porque les sobra. No hay guerra interna o externa para librar. No les incumben las peleas. Los niños amparados y fusionados saben que obtendrán lo que necesitan. Esa es la experiencia cotidiana que repiten a cada instante y que conforman una rutina sin sobresaltos. Así se establece la seguridad interior y posiblemente ya no se mueva nunca más de las entrañas de esos seres. Sentirse seguros, amados, tenidos en cuenta, estables y con total confianza en ellos mismos y en los demás...será obviamente el tesoro más preciado para el despliegue de sus vidas.
Laura Gutman
Comprar en lugar de vincularse
No es fácil vincularnos y permanecer muchas horas a solas con los niños pequeños. Por eso solemos convertir los momentos de “estar juntos” en momentos de “consumo” compartido. La “compra” del producto que sea opera como mediador en la relación entre los niños y nosotros. El objeto mediador puede ser la televisión, el ordenador, los jueguitos electrónicos, salir de compras a la juguetería, al pelotero, al centro comercial o a lo sumo ir a ver un espectáculo (que pueden ser maravillosos y necesarios en sí mismos). Pero conviene reflexionar sobre cómo los adultos utilizamos los elementos de consumo social para paliar la dificultad que supone la relación con el niño, es decir la permanencia, la mirada, el juego y la disponibilidad emocional.
Cuando un niño nos pide tiempo para jugar, o mirada para que nos extasiemos por un descubrimiento en su exploración cotidiana, cuando nos solicita presencia para permanecer a su lado o que nos detengamos un instante para que pueda recoger una piedra del suelo; solemos responder ofreciendo una golosina, una promesa o un juguete porque estamos apurados. El niño poco a poco va aprendiendo a satisfacer sus necesidades de contacto a través de objetos, y muchas veces a través de alimentos con azúcar. Todos los adultos sabemos que mientras que un niño come dulce, no molesta. Y también sabemos que en la medida en que esté hechizado por la televisión, tampoco molesta. Si aprende a jugar con el ordenador, molesta menos aún. Y si necesitamos salir a la calle en su compañía, en la medida que le compremos algo, lo que sea, estará tranquilo y nos permitirá terminar con nuestros trámites personales mientras dura la fugaz alegría por el juguete nuevo.
Los niños aprenden que es más fácil obtener un objeto o algo para comer (generalmente muy dulce o muy salado) y de ese modo desplazan sus necesidades de contacto y diálogo hacia la incorporación de sustancias que “llenan” al instante. Tienen la falsa sensación de quedar satisfechos, aunque esa satisfacción dura lo que dura un chocolate. Es decir, muy poco tiempo. Por eso los niños volverán a pedir –o a molestar a ojos de los adultos- y en el mejor de los casos volverán a recibir algo que se compra, con la debida descalificación de sus padres por ser demasiado pedigüeños o faltos de límites. Es un modelo que repiten hasta el hartazgo, porque funciona: creen que necesitan estímulo permanente, consumo permanente y rápida satisfacción.
A esta altura, los niños han olvidado qué era lo que estaban necesitando verdaderamente de sus padres. Ya no recuerdan que querían cariño, ni atención, ni mimos, ni palabras amorosas. Ya no registran que era “eso” lo que estaban necesitando.
Nosotros los padres también consumimos para calmar nuestra ansiedad y nuestra perplejidad al no saber qué hacer con un niño pequeño en casa. La cuestión es que nos vinculamos con el niño sólo en la medida en que hay algo para hacer, y si es posible, algo para comprar o comer. Y si el niño puede hacer “eso” solo, sin necesidad de nuestra presencia, mejor aún. Sólo basta mirarnos unos a otros un domingo en un centro comercial cualquiera, en cualquier ciudad globalizada.
Esta dinámica de satisfacción inmediata a falta de presencia afectiva, somete a los niños a una vorágine de actividades, corridas, horarios superpuestos y estrés, que nos deja a todos aún más solos. No nos damos la oportunidad de aprender a dialogar, nos olvidamos de los tiempos internos y pasamos por alto nuestro sutil compás biológico.
¿Qué podemos hacer? Pues bien, podemos buscar buena compañía para permanecer con los niños en casa, sin tanto ruido ni tanto estímulo. Amparadas por otros adultos, es posible permanecer más tiempo en el cuarto de los niños, simplemente observándolos. No es imprescindible jugar con ellos, si no sabemos hacerlo o si nos resulta aburrido. Pero si no logran ser creativos aprovechando nuestra presencia, basta con acercarles una propuesta, unos lápices de colores, una invitación a cocinar juntos, o a revolver las fotos del pasado. En fin, siempre hay algo sencillo para proponer, ya que “eso” que haremos será la herramienta para alimentar el vínculo. Y los niños generalmente aceptan gustosos.
Cuando estamos en la calle con los niños, podemos “desacelerar” y darnos cuenta que no pasa nada si tardamos más tiempo en realizar las compras o los trámites. Porque de ese modo cada salida puede convertirse en un paseo para los niños y en un momento pleno y feliz para nosotros. Si somos capaces de detenernos ante una vidriera que les llama la atención, si una persona los saluda y nos otorgamos el tiempo de sonreírle o bien si nos sentamos un ratito en la vereda porque sí, porque pasó una hormiga, algo habrá cambiado en la vivencia interna de los niños. Esos cinco minutos de atención significan para nuestros hijos que ellos nos importan, que el tiempo está a favor nuestro y que la vida es bella desde el lugar donde ellos la miran. Estamos diciéndoles que nada nos importa más en este mundo que mirarlos, que deleitarnos con la vitalidad y la alegría que despliegan y que los amamos con todo nuestro corazón.
Toda la dedicación y el tiempo disponible que no reciban de nosotros, los obligará a llenarse de sustitutos, y luego creerán que sin esas sustancias o esos objetos no pueden vivir. La realidad es que no podemos vivir sin amor. Todo lo demás, importa poco.
Laura Gutman
Tu hijo es generoso
Marta juega en la arena con su cubo verde, su pala roja y su caballito. Un niño un poco más pequeño se acerca vacilante, se sienta a su lado y, sin mediar palabra (no parece que sepa muchas) se apodera del caballito, momentáneamente desatendido. A los pocos minutos, Marta decide que en realidad el caballito es mucho más divertido que el cubo, y lo recupera de forma expeditiva. Ni corto ni perezoso, el otro niño se pone a jugar con el cubo y la pala. Marta le espía por el rabillo del ojo, y comienza a preguntarse si su decisión habrá sido la correcta. ¡El
cubo parece ahora tan divertido! Tal vez la mamá de Marta piense que su hija "no sabe compartir". Pero recuerde que el caballito y el cubo son las más preciadas posesiones de Marta, digamos como para usted el coche. Y unos minutos son para ella una eternidad. Imagine ahora que baja usted de su coche, y un desconocido, sin mediar palabra, sube y se lo lleva. ¿Cuántos segundos tardaría usted en empezar a gritar y a llamar a la policía? Nuestros hijos, no le quepa duda, son mucho más generosos con sus cosas que nosotros con las nuestras.
Tu hijo es desinteresado
Sergio acaba de mamar; no tiene frío, no tiene calor, no tiene sed, no le duele nada... pero sigue llorando. Y ahora, ¿qué más quiere? La quiere a usted. No la quiere por la comida, ni por el calor, ni por el agua. La quiere por sí misma, como persona. ¿Preferiría acaso que su hijo la llamase sólo
cuando necesitase algo, y luego "si te he visto no me acuerdo"? ¿Preferiría que su hijo la llamase sólo por interés?
El amor de un niño hacia sus padres es gratuito, incondicional, inquebrantable. No hace falta ganarlo, ni mantenerlo, ni merecerlo. No hay amor más puro. El doctor Bowlby, un eminente psiquiatra que estudió los problemas de los delincuentes juveniles y de los niños abandonados, observó que incluso los niños maltratados siguen queriendo a sus padres.
Un amor tan grande a veces nos asusta. Tememos involucrarnos. Nadie duda en acudir de inmediato cuando su hijo dice "hambre", "agua", "susto", "pupa"; pero a veces nos creemos en el derecho, incluso en la obligación, de hacer oídos sordos cuando sólo dice "mamá". Así, muchos niños se ven obligados a pedir cosas que no necesitan:
infinitos vasos de agua, abrir la puerta, cerrar la puerta, bajar la persiana, subir la persiana, encender la luz, mirar debajo de la cama para comprobar que no hay ningún monstruo... Se ven obligados porque, si se limitan a decir la pura verdad:
"papá, mamá, venid, os necesito", no vamos. ¿Quién le toma el pelo a quién? Tu hijo es valiente
Está usted haciendo unas gestiones en el banco y entra un individuo con un pasamontañas y una pistola. "¡Silencio! ¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca!" Y usted, sin rechistar, se tira al suelo y se pone las manos en la nuca. ¿Cree que un niño de tres años lo haría? Ninguna amenaza, ninguna violencia, pueden obligar a un niño a hacer lo que no quiere. Y mucho menos a dejar de llorar cuando está llorando.
Todo lo contrario, a cada nuevo grito, a cada bofetón, el niño llorará más fuerte. Miles de niños reciben cada año palizas y malos tratos en nuestro país. "Lloraba y lloraba, no había manera de hacerlo callar" es una explicación frecuente en estos casos. Es la consecuencia trágica e inesperada de un comportamiento normal: los niños no huyen cuando sus padres se enfadan, sino que se acercan más a ellos, les piden más brazos y más atención. Lo que hace que algunos padres se enfaden más todavía. Si que huyen los niños, en cambio, de un desconocido que les
amenaza.
Los animales no se enfadan con sus hijos, ni les riñen. Todos los motivos para gritarles: sacar malas notas, no recoger la habitación, ensuciar las paredes, romper un cristal, decir mentiras... son exclusivos de nuestra especie, de nuestra civilización. Hace sólo 10.000 años había muy pocas posibilidades de reñir a los hijos. Por eso, en la naturaleza, los padres sólo gritan a sus hijos para advertirles de que hay un peligro. Y por eso la conducta instintiva e inmediata de los niños es correr hacia el padre o la madre que gritan, buscar refugio en sus brazos, con tanta mayor intensidad cuanto más enfadados están los progenitores.
Tan pronto como desaparece la amenaza del baño, tras sorber los últimos mocos y dar unos hipidos en brazos de mamá, Silvia está como nueva. Salta, corre, ríe, parece incluso que se esfuerce por caer simpática. El cambio es tan brusco que coge por sorpresa a su madre, que todavía estará enfadada durante unas horas.
"¿Será posible?" "Mírala, no le pasa nada, era todo cuento". No, no era cuento. Silvia estaba mucho más enfadada que su madre; pero también sabe perdonar más rápidamente. Silvia no es rencorosa. Cuando Papá llegue a casa, ¿cuál de las dos se chivará? ("Mamá se ha estado portando mal..."). El perdón de los niños es amplio, profundo, inmediato, leal.
Una vez allí, escucha cuando le hablan, habla cuando le preguntan, sale al patio cuando le indican, dibuja cuando se lo ordenan, canta cuando hay que cantar. Cuando sea la hora (es decir, cuando la maestra le diga que ya es la hora) vendrán a recogerle, para comer algo que otros han comprado y cocinado, sentado en una silla que ya estaba allí antes de que él naciera. Por el camino, al pasar ante el quiosco, pide un "Tontanchante", "la tontería que se engancha y es un poco repugnante", y que todos los de su clase tienen ya. "Vamos, Jordi, que tenemos prisa. ¿No ves que eso es una birria?" "¡Yo quiero un Totanchante, yo quiero, yo quiero...!" Ya tenemos crisis. Mamá está confusa. Lo de menos son los 20 duros que cuesta la porquería ésta. Pero ya ha dicho que no.
¿No será malo dar marcha atrás? ¿Puede permitir que Jordi se salga con la suya? ¿No dicen todos los libros, todos los expertos, que es necesario mantener la disciplina, que los niños han de aprender a tolerar las frustraciones, que tenemos que ponerles límites para que no se sientan perdidos e infelices? Claro, claro, que no se salga siempre con la suya. Si le compra ese Tontachante, señora, su hijo comenzará una carrera criminal que le llevará al reformatorio, a la droga y al suicidio.
Seamos serios, por favor. Los niños viven en un mundo hecho por los adultos a la medida de los adultos. Pasamos el día y parte de la noche tomando decisiones por ellos, moldeando sus vidas, imponiéndoles nuestros criterios. Y a casi todo obedecen sin rechistar, con una sonrisa en los labios, sin ni siquiera plantearse si existen alternativas. Somos nosotros los que nos "salimos con la nuestra" cien veces al día, son ellos los queceden. Tan acostumbrados estamos a su sumisión que nos sorprende, y a veces nos asusta, el más mínimo gesto de independencia. Salirse de vez en cuando con la suya no sólo no les va hacer ningún daño, sino que probablemente es una experiencia imprescindible para su desarrollo.
Pero no lo tenemos. A los niños pequeños les gusta decir la verdad. Cuesta años quitarles ese "feo vicio". Y, entre tanto, en este mundo de engaño y disimulo, es fácil confundir su sinceridad con desafío o tozudez.
que su hermano no era responsable de sus actos.
Si se fija, observará estas y muchas otras cualidades en sus hijos. Esfuércese en descubrirlas, anótelas si es preciso, coméntelas con otros familiares, recuérdeselas a su hijo dentro de unos años ("De pequeño eras tan madrugador, siempre te despertabas antes de las seis...") La educación no consiste en corregir vicios, sino en desarrollar virtudes. En potenciarlas con nuestro reconocimiento y con nuestro ejemplo.
Oirá decir que la delincuencia juvenil o la violencia en las escuelas nacen de la "falta de disciplina", que se hubieran evitado con "una bofetada a tiempo". Eso son tonterías. El problema no es falta de disciplina, sino de cariño y atención, y no hay ningún tiempo "adecuado" para una bofetada. Ofrézcale a su hijo un abrazo a tiempo. Miles de ellos. Es lo que de verdad necesita.
Nosotros, los depredadores de la cría humana. Laura Gutman
Las lobas, las perras, las gatas, las vacas, las focas, las elefantas, las leonas, las gorilas, las ovejas, las ballenas, las yeguas, las monas, las jirafas, las zorras y las humanas tenemos algo en común: el instinto de proteger nuestra cría.
Sin embargo somos especialmente sensibles si algo se interpone entre nosotras y nuestros cachorros después del parto: por ejemplo, si alguien toca a uno de ellos impregnándolos de un olor ajeno, perdemos el olfato que los hace absolutamente reconocibles como propios. Si permanecen alejados del cuerpo materno, vamos perdiendo la urgente necesidad de cobijarlos.
Cada especie de mamíferos tiene un tiempo diferente de evolución hacia la autonomía. En reglas generales, podemos hablar de autonomía cuando la criatura está en condiciones de procurarse alimento por sus propios medios y cuando puede sobrevivir prodigándose cuidados a sí mismo sin depender de la madre. En muchos casos va a necesitar de la manada como ámbito de vida, y es la manada que va a funcionar también como protectora contra los depredadores de otras especies o de la propia.
Entre los humanos del mundo “civilizado”, pasa algo raro: Las hembras humanas no desarrollamos nuestro instinto materno de cuidado y protección, porque una vez producido el parto, tenemos prohibido oler a nuestros hijos, que son rápidamente bañados, cepillados y perfumados antes de que nos los devuelvan a nuestros brazos. Perdemos un sutil eslabón del apego con nuestros cachorros. Luego raramente estaremos bien acompañadas para que afloren nuestros instintos más arcaicos, difícilmente lograremos amamantarlos, -cosa que todas las demás mamíferas logran siempre y cuando no hayan parido en cautiverio-, muy pocas veces permaneceremos desnudas para reconocernos, y seguiremos reglas fijas ya sean filosóficas, culturales, religiosas o morales que terminarán por enterrar todo vestigio de humanidad. Si es que a esta altura podemos llamarla como tal.
El niño sobrevivirá. Cumplirá un año, dos, o tres. Seguiremos nuestras reglas en lugar de seguir nuestros instintos. Estimularemos a los niños para que se conviertan velozmente en personas autónomas. Los abandonaremos muchas horas por día. Los castigaremos. Nos enfadaremos. Visitaremos especialistas para quejarnos sobre cómo nos han defraudado estos niños que no son tan buenos como esperábamos.
A esa altura sentimos que estos niños no nos pertenecen. Esperamos que se arreglen solos, que duerman solos, que coman solos, que jueguen solos, que controlen sus esfínteres, que crezcan solos y que no molesten. Hemos dejado de “oler” eso que les sucede. No hemos aprendido el idioma de los bebés, no sabemos interpretar ni traducir lo que les pasa. Cuando estamos ausentes, o incluso cuando estamos cerca -con tal de estar tranquilos- los dejamos completamente expuestos. Entonces puede aparecer el más feroz de los lobos feroces. Ya que en realidad somos nosotros, sus más temibles depredadores
Laura Gutman
Niños entre cuatro predes
I. DE LA FUENTE 14/10/2008
Prohibido el paso a los niños. El cartel no existe, pero no hace falta. Se sobrentiende: hace tiempo que han sido expulsados de las calles de las grandes urbes. La ciudad no acaba de llevarse bien con los niños. Más aún: le estorban. Ellos han aprendido la lección y desertan de las avenilas surcadas de tráfico. Aunque tienen sus islas, sus pequeños trozos de asfalto al abrigo de coches. Los padres asumen el veto y saben que sus hijos sólo pueden salir con adultos. Pocos son los que van solos al parque o por el barrio antes de los 12 años, o como mucho a los 10. Guillermo, de 11, ya puede acercarse al parque contiguo, en los alrededores de la plaza de Oriente de Madrid. Se le ve recorrer su manzana en patines con otros chicos, paseando el perro o con su hermano menor, de nueve años. Su madre controla visualmente gran parte de sus movimientos desde la terraza. "Si van juntos me da más confianza. El pequeño sale gracias a su hermano; solo, no. Y a la vez, acompaña al mayor", explica. De dos en dos, sí; uno, no, demasiado riesgo. En algunos distritos apenas se ven niños. En todo caso, niños en coche, en autobuses escolares o en espacios definidos, sean parques, centros comerciales o de ocio. O con el móvil en el bolsillo, como Blanca, de 12 años. Acude a clase de flauta e inglés en una calle perpendicular a la suya y resuelve pequeños recados por el barrio. Su madre suele llamarla para saber por dónde va y si ya llega a casa. Como Blanca, uno de cada dos niños entre los 6 y los 11 años usa móvil.
La ciudad es más agresiva y ha expulsado al menor de sus espacios
La salida es vigilada y difícilmente coincide con la de primos y amigosSon invisibles, afirma la socióloga Lourdes Gaitán, coordinadora del curso experto en Políticas Sociales de Infancia de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense. Invisibles a pesar de que los menores de 14 años sobrepasan la cifra de 6.619. 000. El tráfico es el gran enemigo, la gran barrera. "La ciudad parece estar al servicio de adultos que se mueven en coche", reconoce Gaitán. Los niños, como otros peatones vulnerables, "viven en la sombra", señala. Aun así, los parques son "espacios conquistados" para el juego. Los niños necesitan el contacto con sus iguales y llenan cualquier plaza o simulacro de espacio verde que vislumbran. Llenan sobre todo su cuarto de amigos invisibles, de juegos inventados en los que ellos mismos se preguntan y responden. "Juegan lo mismo que antes. La naturaleza de la infancia lleva al juego porque es su forma de relacionarse con el mundo", afirma Fernando Vidal, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas. "Los niños son capaces de jugar y crear su mundo incluso en condiciones extremas", recuerda. Vidal y la profesora Rosalía Mota son los autores de una reciente encuesta sobre el estado de la infancia en España en 2008.Así pues, juegan. "Quizás menos, al tener más actividades extraescolares. Éstas se han disparado", sostiene el profesor de Comillas. "Un tipo de juego menos social (con poca calle, menos vecindad y menos hermanos)", continúa. Los hijos únicos o los que pasan parte de la tarde en casa solos (estos últimos, un 17%, según la citada encuesta) recurren con frecuencia al videojuego. Y bañan y alimentan a perros virtuales que se mueven a través de su voz ("Sultán, ven, bonito"), o vuelan con maravillosos o insólitos personajes de los manga japoneses a los que humanizan hasta límites obsesivos. Un personaje de la televisión o de la videoconsola les resulta más familiar que esos primos a los que prácticamente nunca ven. "Su acceso a Internet no está suficientemente extendido como para decir que la Red ha sustituido a la calle", matiza Vidal. Pero el mundo virtual crece en sus cabezas y puede llegar a pesar demasiado en sus vidas. "Hay que tener precaución con los chats y foros: en ellos uno se encuentra todavía más violencia (verbal) que en la calle por los numerosos trolls (provocadores o saboteadores adultos que se hacen pasar por niños) que los recorren", agrega Vidal.No hay muchas alternativas en una sociedad que camina hacia el hijo único. En España, todavía, más de la mitad de los niños cuentan con un hermano con el que compartir juegos y peleas. Sin embargo, entre el 14% y el 15% de los niños de 6 a 14 años no tiene hermanos. Y un 5% de los que sí tiene alguno, no convive con él. Eso significa que un 19% vive únicamente con sus padres o con otros adultos. Si carecen de primos y los amigos de sus padres no cuentan con hijos de edades similares a la suya, su círculo social se estrecha. Son reyes y reinas de hogares donde los juguetes pueden llegar a ser excesivos y a la vez nunca suficientes. Para contar con compañeros de juegos tienen que recurrir a sus padres o abuelos, encontrarlos en el colegio o salir al parque en su búsqueda. Allí, en el parque, suelen estar los amigos del barrio, a condición de que padres o niñeras coincidan."A tapar la calle, que no pase nadie...". Hay niños que todavía entonan esta vieja canción, pero no pueden poner en práctica su letra. Esa calle imaginaria ya no existe, y la real constituye un espacio escaso y disputado. "La experiencia de la calle que vivieron los chicos de los setenta y ochenta estuvo marcada por una fuerte crisis económica que la volvió insegura", recuerda Vidal. "Por otra parte, una generación de nuevas violencias contra los niños, como el secuestro y la muerte de Mari Luz, junto con la difusión amarillista por televisión de los sucesos de Alcàsser o la desaparición de Madeleine, nos ha hecho extremadamente precavidos. Se trata, ante todo, de una cuestión de seguridad y es difícil que se revierta, excepto en lugares vigilados de urbanizaciones", añade el experto."La ciudad es muy agresiva para los niños, pero el juego forma parte de su desarrollo social", indica José Luis Linaza, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Autónoma de Madrid. "Los niños siempre encuentran una pared o una pequeña plaza para jugar. Yo he visto a un grupo jugar a las chapas junto a la iglesia de la Madelaine, en París, ajenos a la gente que acude al templo o que transita alrededor", explica. Juegan a lo de siempre, opina Linaza: hay juegos que se repiten desde siglos, algunos desde el Renacimiento. Pueden surgir nuevas versiones pero siempre es el mismo: el pilla-pilla, esconderse, policías y ladrones, la rayuela. "Por ejemplo", anota Linaza, "hay un juego secular, un tanto cruel, el de la peste, que en algunos colegios hemos visto sustituido por el del sida... No entienden qué es exactamente, pero les basta con saber que es algo negativo, una enfermedad, y se la adjudican a la víctima o a quien quieren aislar o molestar".Fernando Vidal cree que las nuevas generaciones "tienden más a construir su propio mundo en su habitación. Primero porque al ser más frecuente el hijo único, éste es el propietario único de su cuarto. Segundo, porque las habitaciones tienen dotaciones hasta hace poco impensables: el 40% tiene televisión en su cuarto, equipos de música, ordenadores e Internet por wi-fi", enumera. Según los datos manejados en la encuesta, 6 de cada 10 niños prefieren estar en su cuarto. En Japón ya ha aparecido el fenómeno del rooming, la patología por la cual el niño se enclaustra en su habitación todo el tiempo que puede, hasta el punto de merendar y cenar allí.En el universo urbano, el patio del colegio cobra para José Luis Linaza un papel protagonista, "por ser un espacio vital para relacionarse". No andan descaminados los pequeños que todavía creen que van al colegio a jugar, y no sólo a aprender. Las actividades extraescolares en el centro o en los polideportivos próximos, todavía insuficientes, compensan la tendencia al sedentarismo de unos niños abocados a condensar su ocio bajo cuatro paredes."Algunos juguetes han dejado de usarse pero los juegos suelen permanecer en su principal estructura", opina Vidal. La revolución de los videojuegos, al final de los ochenta, cambió en parte las reglas. Pero también en ese campo, "las tecnologías multijugador favorecen la sociabilidad. Lo que un niño hacía antes con soldaditos de plástico hoy lo hace con soldaditos de píxeles". Después de todo, "a no aburrirse se aprende", sigue Vidal. "Tienen muchos recursos para divertirse pero les falta aprender a construirse sus propias herramientas. El videojuego es divertido pero crea una intensa adicción y pasividad. Con tanto aparato les hacemos más ricos pero menos autosuficientes", concluye."Me voy un rato por ahí". Si un niño dice esta frase es que vive en un pueblo. A ningún menor de 10 años residente en una gran ciudad se le ocurre bajar a la calle a explorar sin un motivo concreto. ¿Adónde ir? Gaitán, sin embargo, se asombra de cómo los niños recobran espacios. "Los adultos solemos tener una visión nostálgica de nuestra infancia y creemos que los niños de hoy gozan menos de ella, pero lo cierto es que se las arreglan para jugar y apoderarse de zonas de paso o de poco uso. Autora del estudio La ciudad y los niños, centrado en Madrid, Gaitán ha visitado de la mano de los pequeños algunos de sus espacios secretos y ha descubierto que en verano unas niñas vecinas del parque madrileño del Retiro salen de casa con bañador y toalla y se refrescan en la fuente; que en una pequeña plaza los propios niños organizan partidos de fútbol o que en otro parque los chavales se han apropiado para sus juegos de un escenario que no se utiliza... Es la lucha por hacerse notar en una ciudad que les ignora. "En ese sentido, hay que alentar las intervenciones urbanas que devuelven el espacio a vecinos y pequeños", defiende la socióloga.La psicóloga Silvia Álava cree que la calle fomenta la participación. "Antes de jugar tienen que negociar y decidir entre todos a qué van a jugar, cuáles son las normas... Se dan procesos de atención y de aceptación de unas reglas previamente acordadas por el grupo, un aprendizaje muy valioso para su futuro", observa. "Los juegos que se celebran en la calle", añade, "permiten una mayor movilidad de los niños: además de hacer ejercicio, se trabaja la psicomotricidad, la coordinación (con juegos de saltar a la comba, o a la goma) o el desarrollo de las destrezas finas, como puede ser jugar con la arena. Eso sí, no les llevemos al parque con una consola portátil", advierte."Las contradicciones abundan. Hay padres que apelan a la seguridad para que no jueguen en la calle, pero a veces terminan dejándoles para evitar que pasen toda la tarde con los videojuegos. Por otra parte, es tan infrecuente ver niños solos que cuando algunos pasan mucho tiempo en la calle, los primeros en criticar a los padres son los vecinos", apunta Gaitán.El muro protector se rompe en la adolescencia, cuando los chicos reclaman libertad total para quedar con los amigos. El contraste es fuerte. Algunos pasan en el mismo año del parque a la discoteca juvenil o al botellón. "Es un error hacer las cosas de golpe", opina Álava. "Conviene hacer a los niños autónomos y responsables desde pequeños, y que al llevarlos a la calle o al parque dejemos que se desenvuelvan ellos para darles una mayor seguridad; que sepan que estamos ahí, pero que ya son mayores para jugar solos. Conviene que los hagamos prudentes, pero no miedosos. Dejémosles que hagan cosas dentro de lo que resulta acorde con su edad. Quizás es pequeño para ir solo a por el pan, pero el adulto puede esperar en la puerta de la panadería y que el niño pida y pague el pan, de esa forma se sentirá importante, aunque el adulto controle la situación", asegura. "Si aprenden a ser autónomos, llegarán a la adolescencia en mejores condiciones", sostiene.
¿Niños independientes?
Cuantas veces nos han dicho a los papás primerizos "Déjale que llore, que es bueno" "No lo cojas tanto en brazos, que se malacostumbra" "Luego querrá que le cojas siempre" "Nunca será independiente" "Este niño está enmadrado, todo el día pegado a tí".
Hace ya unos años que me fui a vivir con mi mujer y un par de años que nos casamos. No recuerdo que nadie me diera ningún consejo que al respecto, pero quizá deberían haberme dicho, por el bien de su salud y por el bien de la pareja: "Sobretodo, cuando tu mujer te pida cariño, no le des abrazos... y casi ni la beses, que luego se acostumbra y le tienes que dar muchos todos los días." Suena mal, pero es lo mismo que los abuelos, padres, amigos, tíos, cuñados, Estivill y la madre que los parió les están diciendo a los padres primerizos, auténticas esponjas de consejos, para que lo hagan con su bebé. "Cariño? El justo y necesario", como si se fueran a volver idiotas por estar en brazos de sus padres mucho rato al día.
Privando a los niños de nuestro cariño estamos separándolos un poco de nosotros mismos, los estamos diferenciando como seres. Tú ahí, separado de mi, llorando, y yo aquí, alejado de ti. Les separamos tanto físi como psicológicamente, haciendo que el vínculo afectivo del que siempre se habla, ese que se consigue de manera más fácil dando el pecho (dar el pecho se hace en brazos, no?) y del que todo el mundo habla tan bien, sea más difícil de alcanzar. Por tanto se consigue que haya una cierta separación, que los padres no conecten con el bebé, que no lleguen a entender 100% sus necesidades. Y no malinterpretemos. Es imposible saber con certeza qué necesita un bebé en cada momento ni porqué llora, pero cuando existe un vínculo emocional sólido, en el fondo, importa poco el motivo. Sabemos que necesita algo, entendemos que lo está pasando mal, empatizamos con ellos y comprendemos que nos quieren a su lado. Haremos todo lo posible por calmarlo, y si al final lo único que quería era estar en nuestros brazos, se los daremos incondicionalmente, pues por fin habremos encontrado la solución a lo que aflije a nuestro bebé, sea lo que sea.
Aquellas personas que desde un principio crean una distancia son las que menos conectan con el bebé, las que menos les entienden y las que acaban pensando que los niños lloran para fastidiar o para conseguir algo que no deberíamos darles. Es una pena, pues no están entendiendo la psique de un bebé. No entienden que no hablan y que no tienen otra manera de pedir las cosas que llorando.
Los primeros años de vida de un bebé es una etapa muy importante en el creciemiento cerebral y sentimental de los bebés. Es una etapa en la que ellos no saben ni que existen. No saben que son una persona diferente a mamá o papá... de hecho no saben casi nada, simplemente vienen con un pack de comportamientos innatos que se basan en sonreir cuando tienen a alguien cerca, mirarles asombrados, coger el dedito... todo esto para ganarse el cariño de sus papás: "mira, se ha reído" "me coge el dedo!!". Imaginad por un momento que un bebé no hiciera ni siquiera eso, que no olieran a bebé, que no sonrieran, que no despertaran sentimientos tiernos en sus padres,... No digo que sus padres los abandonarían, pero si hoy día, a pesar de que saben hacer estas cositas para que digamos "es que me lo comoooo", les estamos dejando llorar y sufrir sin necesidad... qué haríamos si no se comunicaran con nosotros de ninguna manera???? Miedo me da pensarlo.
¿Porqué se supone que hay que dejarlo llorar y acostumbrarlo a que esté solo?
Esto es lo que preguntaré la próxima vez que tenga un hijo y la gente me de el consejo de no cogerlo en brazos. Con Jon me pillaron de pardillo y no tenía capacidad ni para realizar esta pregunta, así que me tocará hacerla con el siguiente.
Posibles diálogos:
- Hombre, es que no pasa nada porque llore de vez en cuando.
- Bueno, tampoco pasará nada porque no llore...
- Llorar es bueno, se le expanden los pulmones.
- Ah! pues los que fuman tanto deberían llorar más, no?
o
- Respirando también se expanden...y se contraen, y se expanden, y se contraen, y se expanden, y se contraen otra vez!!. Esto pasa cada 2 segundos más o menos, y sin llorar.
- Se acostumbran a ir en brazos y luego quieren ir todo el día.
- Normal, si no sabe andar ¿como va a ir? Como no le ate una cuerda al cuello y tire de él...
- No hombre, pero puede ir en cochecito, ¿no?
- Ya, pero como se acostumbre a ir en cochecito... imagínate con 8 años llevándole en cochecito al cole...
- Si le haces tanto caso luego no saben estar sólos.
- Ya...pero, porqué iba yo a querer que un bebé supiera estar sólo?
- Hombre, ahora no, pero cuando tenga un año o así...
- ¿Un año? Pero si ahora hasta los 35 no se van de casa.
A menos que me digan que en los próximos días va a haber un holocausto nuclear y mi hijo se va a quedar sólo en el mundo, no veo el motivo de dejarlo llorar. Y aún así, no creo que sobreviva sólo...
En fin, que como ya he comentado otras veces, no me extraña nada que cada vez haya más consultas relacionadas con la salud mental, que haya más niños con problemas de conducta a los que erróneamente se les diagnostica de hiperactivos y tantos padres con problemas con sus hijos... les han enseñado a vivir sólos y crecen sin la confianza y autoestima necesaria, y sin el contacto necesario por parte de sus padres. Ojo, no digo que no lo tengan, simplemente no tienen todo el que necesitan. Prueba de ello es que lloran pidiéndolo y no lo reciben, luego precisan más de lo que se les ofrece.
¿Qué puede pasar con estos niños?
Unos crecerán siendo calladitos y sumisos, aquellos a los que cualquier cosa les está bien (confundiéndo a un niño apagadito con un niño bien educado).
Otros crecerán con ese aprendizaje hecho, "querías que fuera independiente, no? pues ya lo soy, hago lo que a MI me da la gana".
Otros serán los que sobrevivan a estos consejos y cuya conducta no será modificada, aquellos con la resiliencia suficiente como para ser personas autosuficientes y con un nivel adecuado de autoestima a pesar de los pesares.
La pena es que en los tres casos nunca habrá una asociación entre el tipo de persona o conducta del niño con respecto a la manera de criarlos. El primero, como he dicho, será el educadito y el que se porta bien, o directamente un poco "paraito" o "soso".
El segundo será "un niño muy difícil", el que no sé como lidiar con él, se nos va de las manos o "tiene un principio de hiperactividad"... que hoy en día, como se diagnostica todo, los padres nunca tenemos la culpa de nada, es el niño, que está tarao...
Y los terceros, pues serán esos supervivientes que habrían sido así igualmente.
Como la idea de todo padre es conseguir que su hijo sea de los del tercer tipo, pues vale más pensar lógicamente y tener en cuenta que la ecuación es simple:
- Si crías con respeto, tu hijo será respetuoso.
- Si crías con cariño, tu hijo será cariñoso.
- Si satisfaces sus necesidades, ellos aprenderán a satisfacer las suyas propias y a satisfacer las de los demás.
Es imposible que dando todo el cariño del mundo a una persona, ésta pueda crecer MAL criada. Más bien lo veo al revés, el niño del que pasan porque piensan que cuando llora pidiendo cariño les está tomando el pelo, es el que se da cuenta de que no le dan lo que necesita y el que está siendo MAL criado.
Cuando mi mujer venga a pedirme un beso le diré: NO, MALCRIADA, NO. Que a mi no me tomas el pelo.
Para que un niño sea independiente, primero tiene que ser dependiente.
Cuando voy a visitar a un bebé recién nacido siempre acabo oyendo los mismo comentarios: "Pobrecito, no se vale por sí mismo. Si es que son tan indefensos... Mira, los animales nacen y ya andan, y estos nos necesitan para todo".
Pues eso mismo. NOS NECESITAN PARA TODO, que significa que son seres dependientes.
Para que un niño sea independiente y sea una persona segura y firme con sus decisiones tiene que ser primero una persona dependiente, tiene que ver cómo se lo hacen todo y aprender cómo se lo hacen para luego imitarlo él. Tiene que ser capaz de tomar sus propias decisiones y así será siempre una persona que elegirá el camino que quiere y será consecuente con ello.
El niño al que enseguida se le fuerza a ser independiente, sin pasar por ese período de dependencia y aprendizaje mediante imitación, tiene que inventarse su manera de crecer y actuar aprendiendo de la nada, pues nadie le está enseñando cómo vivir, como superar los malos ratos, como calmarse o tranquilizarse de la mejor manera (aprenden ellos sólos, pero tras haber llorado-sufrido un buen rato) y por norma les cuesta más gestionar el estrés y la ansiedad incluso en la etapa adulta. Si además los padres son autoritarios con él y están todo el día diciendo lo que tiene o no tiene que hacer, nunca elegirá por sí mismo y aprenderá que siempre hay un ser superior que le dicta como debe actuar, luego todavía será menos independiente...
Un ejemplo:
Te acaban de contratar para un puesto de trabajo nuevo de cara al público. No sabes como funciona nada, donde están las cosas ni como actuar ante los clientes. Eres nuev@.
Vas a ver al jefe y le dices:
- Hola, hoy es mi primer día de trabajo, no sé donde están las cosas ni sé por donde empezar, no sé qué debo decir...
Y el jefe te responde:
- Hola. Te doy dos opciones, elige tú mism@. Puedo llamar a una compañera de trabajo para que te acompañe durante unos días. Al principio sólo estarás a su lado viendo cómo lo hace, pasados unos días serás tú quien haga las cosas y atienda a los clientes. Ella estará a tu lado por si hace falta que te eche una mano o si ha de corregir algo. Pasados unos días, cuando te veas segur@ de tí mism@ y capaz de ejecutar el trabajo me lo dices y a partir de entonces serás tú sol@ el/la que desempeñe el trabajo.
La otra opción es acompañarte hasta el puesto de trabajo ahora mismo y que tú sol@ vayas aprendiéndolo todo. Tendrás que tener cuidado con lo que tocas no vayas a estropear algo y es importante que trates a las personas con respeto.
¿¡¿Que elegiríais?!?
Yo la primera opción. Estoy de acuerdo que con la segunda se aprende también, pero seguro que el nivel de estrés y ansiedad es mucho mayor. Además, el aprendizaje autodidacta puede estar equivocado, ¿no? Se aprende en base a como uno cree que se hacen las cosas y siempre quedará la duda de si se está haciendo bien o mal, con la consecuente inseguridad en el trabajo y posible complejo de inferioridad como trabajador/a ("seguro que hago algo mal" "seguro que los demás saben más que yo" "no soy un buen trabajador" "no sirvo para esto").
Creo que escogiendo la primera opción la persona será más feliz en su trabajo, o como mínimo estará más tranquila y tendrá la certeza de que cuando empiece hará las cosas bien. Incluso en caso de dudas sabe que puede contar con la ayuda de esa compañera que tanto le ayudó o incluso de la del jefe, que le ayudó desde el principio entendiendo sus necesidades.
Reflexiones
Me pregunto si la sociedad española es consciente de lo que esta ocurriendo en la comunicación que se establece entre las mamás y sus bebés. Sobre todo, me gustaría saber si ellas son conscientes del poder que en realidad tienen para afrontar el porvenir de este país.
Tipo 1: madre con amor stivilizante: entiende que un bebé de tres meses fortalece su independencia si duerme solo en otra habitación, con un peluche, que creen que el niño aprende a dormir, que no suelen hablar ni quedarse al lado del bebé al dormirse éste, quien no necesita alimentarse ni despertarse por la noche. Le dan alta importancia al desarrollo mental del niño y a la disciplina. Así mismo, son inflexibles en criterios de alimentación. No perciben como adecuado coger en brazos al niño, reforzarlo y elogiarlo. Pueden ver incluso adecuado gritar y azotar al niño por “su bien”, y en la mayoría de las ocasiones lo ignoran cuando hace algo que no les gusta o el niño tiene un berrinche, les resulta importante que los bebés sepan “quien manda” en la casa, muchas utilizan algo llamado “el rincón de pensar”, no suelen ponerse en el lugar del bebé, entienden como satisfactorio y adecuado dejar a los niños con los abuelos (o similar) regularmente para practicar actividades de ocio con la pareja o viajar, consideran que al niño se le quiere mucho pero es una carga muy cansina para las mamás y que requiere una dedicación de veinticuatro horas.
Tipo 2: madre con amor gonzalizante: Normalmente practica el colecho, la lactancia materna a demanda seis meses o más, se muestra flexible entorno a las pautas de la comida o el sueño, no tienen mucha prisa en sacarle el pañal y que el niño “vaya rápido”, coge en brazos al niño cuando llora, para mimarlo, y en muchas ocasiones, para transportarlo, no se impone al niño con ningún tipo de violencia, le respeta, no le grita, no le azota y lo consuela ante un enfado o berrinche; así mismo tampoco considera que los padres necesiten independencia del niño ni que un bebé deba ser independiente. Suele ponerse en la posición del bebé antes de tomar ciertas decisiones. Está bastante enamorada de sus hijos y disfruta la maternidad de tal forma que ésta es una bendición a la que le dedicaría veinticuatro horas.
Concluyendo, me gustaría que la sociedad en general se tomase más en serio la maternidad y la crianza. Con mayor responsabilidad. Y, que las madres en particular, hagan lo posible por asegurarse que le aportarán a su bebé amor y respeto incondicional, ayudándole a ser una persona armoniosa y plena, feliz consigo misma y con el entorno. El planeta sa lo agradecerá.
Doctora en Ciencias de la Comunicación.
Profesora de la Universidad de Málaga
Dile que le quieres. Laura Gutman
Cerremos los ojos y recordemos lo más hermoso que nos han dicho nuestros padres: Princesa…rey de la casa…mi vida…eres un encanto…cariño…mi corazón…mi amor…mi cielo…qué guapo…qué listo…
¿Estamos sonriendo?
Tal vez algunos de nosotros no logremos traer estos recuerdos, y en su lugar aparezcan sin permiso otros: qué tonto eres…pues sólo sabes mentir…que si sigues así se lo diré a tu padre…eres malo…no te quiero… ¿acaso no comprendes?... ¿eres sordo?...distraída como su madre…
¿Estamos compungidos?
Lo que nuestros padres -o quienes se ocuparon de criarnos- hayan dicho, se ha constituido necesariamente en lo más sólido de nuestra identidad. Porque somos los adultos quienes nombramos cómo son las cosas. Por eso lo que decimos, es.
El niño pequeño no pone en duda lo que escucha de los mayores. Puede ser doloroso o gratificante, pero en todos los casos, la interpretación de los adultos es absolutamente certera para el niño que aprende a traducir al mundo a través del cristal de los mayores.
En este sentido, la intención con la que hablamos con los niños es importante. Si los amamos de verdad, seguramente nuestras palabras estarán cargadas de sentimientos cariñosos y suaves. Pero si estamos llenos de resentimiento, destilaremos odio aún cuando los niños no tengan nada que ver.
Es verdad que hay situaciones donde el niño se equivoca o hace algo inadecuado. Pues bien. Una cosa es conversar sobre eso que “hizo” mal, y otra cosa es que ese acto lo convierta en alguien que “es” malo. Sólo nuestro rencor puede confundir entre lo uno y lo otro. Si el niño, de tanto escuchar a sus padres diciendo lo mismo, se convence de que es malo, quedará atrapado por ese circuito donde “es” en la medida que es malo, y para ser malo, tiene que seguir haciendo todo lo que haga enfadar a sus padres. En ese punto, ha perdido toda esperanza de ser amado sin condiciones.
Para el niño “eternamente malo a ojos de sus padres”, siempre aparecerá otro individuo que actuará el personaje opuesto: “el eternamente bueno”. A veces es alguien tan cercano como el propio hermano o hermana, u otra persona muy próxima a la familia. Allí, en ese personaje, -no importa qué es lo que haga- recaerá toda la admiración y será nombrado por los padres como alguien “bueno, inteligente y listo”. Esta es la prueba fehaciente de que no se trata de lo que cada uno es o hace, sino de la necesidad de los adultos de proyectar polarizadamente, nuestros lados aceptados y nuestros lados vergonzosos en otros individuos, para no hacernos cargo de quienes somos. Y también para dividir la vida en un costado bien negro y en otro bien blanco, de modo de tener cierta sensación de claridad. Que por supuesto no es tal.
Parece que los adultos necesitamos mostrar todo lo que los niños hacen mal, cuán ineptos o torpes son, para sentirnos un poquito más inteligentes. Es una paradoja, porque al actuar de esta forma, es obvio que somos increíblemente estúpidos.
Sin embargo las cosas son más sencillas de lo que parecen. Decirles a los niños que son hermosos, amados, bienvenidos, adorados, generosos, nobles, bellos, que son la luz de nuestros ojos y la alegría de nuestro corazón; genera hijos aún más agradables, sanos, felices y bien dispuestos. Y no hay nada más placentero que convivir con niños alegres, seguros y llenos de amor. No hay ningún motivo para no prodigarles palabras repletas de colores y sueños, salvo que estemos inundados de rabia y rencor. Es posible que las palabras bonitas no aparezcan en nuestro vocabulario, porque jamás las hemos recibido en nuestra infancia. En ese caso, nos toca aprenderlas con tenacidad y voluntad. Si hacemos ese trabajo ahora, nuestros hijos -al devenir padres- no tendrán que aprender esta lección. Porque surgirán de sus entrañas con total naturalidad, las palabras más bellas y las frases más gratificantes hacia sus hijos. Y esas cadenas de palabras amorosas se perpetuarán por generaciones y generaciones, sin que nuestros nietos y bisnietos reparen en ellas, porque harán parte de su genuina manera de ser.
Parece que nuestra generación es bisagra en la evolución de la sociedad occidental. A las mujeres nos toca aprender a trabajar y lidiar con el dinero. A ser autónomas. Nos toca aprender sobre nuestra sexualidad. A re aprender a ser madres con parámetros diferentes de los de nuestras madres y abuelas. Y nos toca aprender a amar. Por eso es posible que sintamos que es un enorme desafío y además es mucho trabajo, esto de criar a los niños de un modo diferente a como hemos sido criadas. Es verdad. Es mucho trabajo. Pero se lo estamos ahorrando a nuestra descendencia. Pensemos que es una inversión a futuro con riesgo cero. De ahora en más… ¡sólo palabras de amor para nuestros hijos! Gritemos al viento que los amamos hasta el cielo. Y más alto aún. Y más y más.
Laura Gutman
(socióloga Holística)
En un mundo como el nuestro, que desprestigia la maternidad y la crianza, parece que el cuidado de los bebés y niños es un hecho anecdótico y aislado en la historia de la persona, que no tiene influencia más allá de la infancia, y por supuesto ninguna relación con la sociedad.
La ruptura de la simbiosis primaria
Casilda Rodrigáñez
Existe una extensa y a la vez poco conocida literatura científica acerca del efecto de la ruptura de la simbiosis primaria entre madre y bebé (por ejemplo, cuando se les separa tras el parto o cuando se deja al bebé llorar solo en una cuna). La escritora Casilda Rodrigáñez , en este ámbito, ha realizado un más que excelente trabajo de documentación y correlación de gran cantidad de datos procedentes de diferentes campos de investigación, con el objetivo de demostrar que esta ruptura constituye un eslabón fundamental en la ontogenia del hombre occidental moderno, competitivo, individualista, y con un elevado grado de desconexión con respecto a su ser interno (emociones, pulsiones básicas, miedos, etc...). A continuación se exponen unos interesantes párrafos extraídos de su artículo La maternidad y la correlación entre la líbido y la fisiología, para que el lector juzgue por sí mismo el impacto, a nivel mundial, que tienen los hábitos de crianza primal de nuestra sociedad:
Nils Bergman explica [Restoring the original paradigm (1)] que en nuestro rombencéfalo (hindbrain) hay tres programas neurológicos, el de defensa, el de nutrición y el de reproducción; cada uno de estos programas está asociado a un paquete de hormonas y también a nervios y músculos, de manera que la activación de uno y otro programa afecta de diversos modos a todo lo que ocurre en el organismo. Estos tres programas que regulan todo el metabolismo basal de nuestros cuerpos, preveen el mantenimiento de la vida en diferentes circunstancias. (...)
Si se separa a la criatura de su madre, el programa de nutrición se cierra y se abre el de defensa; la criatura entra en un estado de alerta, y protesta mediante el llanto reclamando ser devuelta a su hábitat. La criatura separada de la madre realiza una actividad intensa que cursa con una bajada de la temperatura corporal, disminución del ritmo cardíaco y respiratorio, taquicardias y apneas, inducidas por el aumento masivo de glucocorticoides (hormonas del stress). Y si la criatura es mantenida separada de la madre durante tiempo, llorará cada vez con más desesperación, y pasará del estado de alerta al de desesperación, hasta que el cansancio le rinda. Bergman dice que llorar es nocivo para los recién nacidos; ello restaura la circulación fetal y aumenta el riesgo de hemorragia intraventricular y otros problemas. Hay estudios que explican que las descargas masivas de las hormonas del stress crean una toxicidad bioquímica que perjudica seriamente a la formación del sistema neurológico, pues no sólo dañan a las células cerebrales sino también la memoria y ponen en marcha una desregulación durardera de la bioquímica cerebral (2).
Bergman hizo un estudio comparando criaturas recién nacidas apegadas a la madre con criaturas separadas de la madre (3); se aseguró de que ambos grupos recibían exactamente la misma atención y cuidado y que la única diferencia era el estar o no con la madre. La tasa de cortisol, que se medía tomando muestras de saliva, era el doble en las criaturas separadas de la madre. De esta manera se comprobaba que el solo hecho de la separación produce una situación de stress en la criatura recién nacida. El aumento de la tasa de cortisol -el aumento del stress- llegaba a ser hasta de 10 veces más alta, cuando además de la separación se sometía a luces intensas, ruidos, muestras de sangre, etc. (como ha venido ocurriendo de forma rutinaria en el post-parto hospitalario de la civilización contemporánea) . Sin embargo, bastaba una hora de contacto piel con piel con la madre para que la tasa de cortisol bajara de 10 veces más a 2 veces más de lo normal. (...)
Otro dato aportado por los estudios clínicos de Bergman es el de la regulación de la temperatura corporal de las criaturas recién nacidas. Los gráficos de temperatura de una criatura en la incubadora, muestran por un lado una falta de estabilidad: la temperatura corporal tiene subidas y bajadas; y por otro lado, que siempre está por debajo de la temperatura ambiente dentro de la incubadora, como si el cuerpo de la criatura no pudiera absorber el calor del ambiente. En cambio, cuando la criatura está sobre el cuerpo materno, las temperaturas de ambas se aparejan y son estables; la criatura absorbe el calor del cuerpo materno. Entre madre y criatura hay una "sincronía térmica". Además, la media de la temperatura no estable en la incubadora es inferior a la temperatura media sobre el cuerpo de la madre.
Otro estudio realizado con hombres y mujeres, madres y no madres, daba el siguiente resultado: el torso de una madre tiene 1ºC de temperatura más que el de cualquier otra mujer u hombre. Pero si la criatura tiene la temperatura baja, la madre sube la suya hasta 2ºC con el fin de calentarla; y si por el contrario la temperatura de la criatura es alta, la madre baja 1ºC la suya para enfriarla. Esto es una prueba de regulación mutua y de la sincronía fisiológica de la pareja madre-criatura, parejas a la interacción de sus pulsiones libidinales.
La sincronizació n corporal se hace evidente de manera abrumadora en la fisiología del amamantamiento. La composición de la leche que la madre produce no es siempre la misma, siendo la criatura apegada a la madre quien controla y determina las variaciones( ...)
Bergman dice que la criatura en la cuna o en la incubadora está en un "modo de supervivencia" (survival mode), a la espera de volver a su hábitat, sobre el cuerpo de la madre; el descenso de la temperatura corporal posiblemente sea un medio de defensa para ahorrar energía en espera de volver al percho de su madre. Por eso llora: para llamar la atención y que su madre le vuelva a poner en su sitio, poder cerrar el programa de defensa y abrir el de nutrición y recuperar el "modo de desarrollo" (grow mode).
Según estas investigaciones, los valores de referencia considerados "normales" en pediatría (temperatura, ritmo cardíaco y respiratorio, etc.) están equivocados, puesto que se han tomado como tales los valores de las criaturas recién nacidas fuera de su hábitat normal, en un estado de alerta y de stress. Bergman asegura que deben ser re-evaluados (3). Estamos pues ante la misma situación que refería Michel Odent sobre el parto hospitalario, tomando como "normales" las mediciones fisiológicas en una situación irregular. (...)
Hay muchos estudios que muestran que la falta de madre origina diferentes trastornos psicológicos así como la violencia criminal. Bergman se refuere a otro estudio publicado también por A.N. Schore (4) y asegura que las complicaciones que suceden durante el nacimiento afectan a la personalidad, a la capacidad relacional, a la autoestima, y a los esquemas de comportamiento a lo largo de toda la vida. Si a ello se le añade el rechazo de la madre y la ausencia unión con la madre ("bonding"), podemos constatar una fuerte correlación con un comportamiento criminal y violento. La creación de nidos en los hospitales y el aumento de la frecuencia de las separaciones precoces de la madre son correlativos a los problemas de vinculación afectiva, al abandono de la madre, y alaumento de comportamientos adictivos (necesidades orales del bebé no satisfechas) .
Esto puede ayucar a entender la afirmacion de Michel Odent (5) de que la mejor estrategia para obtener una persona agresiva es separarla de la madre en su más tierna infancia; así como otros estudios realizados sobre la correlación entre separación de la madre y desarrollo de una persona violenta, entre ellos el muy importante trabajo de JW Prescott que deja patente la relación entre la falta de placer corporal en las criaturas pequeñas y los orígenes de la violencia (6). Margaret Mead también realizó un estudio similar en diferentes tribus, que desconozco, pero que cita Carlos Fresneda (7). No olvidemos tampoco lo que hacían los espartanos de la Grecia post-micénica de tirar a los bebés al suelo para obtener buenos guerreros de los que sobrevivieran al trauma. (...)
Allan Schore y sus colaboradoras (4) han comprobado que la criatura separada de la madre puede pasar del stress (hipervigilancia) a la desesperación y de la desesperación a un estado de desconexión (disociación) para dejar de sufrir.
En la hipervigilancia, el sistema nervioso simpático se activa fuertemente y de forma brusca, con un aumento del ritmo cardíaco, de la presión sanguínea, del tono y de la vigilancia; la angustia de la criatura se manifiesta con llanto y alaridos... este estado frenético de angustia, que Perry llama "miedo-pánico" , se conoce como una estimulación ergotrópica.. . con secreción de tasas excesivas de las principales hormonas del stress... que se producen en un estado hipermetabólico del cerebro.
La disociación es el estado de reacción subsiguiente a la respuesta al terror, con embotamiento y retraimiento; es un estado de conservación y de repliegue, una respuesta del parasimpático que sobreviene en situaciones en las que la persona no tiene ni ayuda ni esperanza, una respuesta utilizada a lo largo de la vida, por la cual el individuo se desconecta para "conservar su energía", una conducta peligrosa de supervivencia en la que el individuo finge estar muerto; en este estado pasivo de profunda desconexión, la tasa de opiáceos endógenos es alta, lo que produce ausencia de dolor, inmovilidad einhibición de gritos de angustia. El tono vagal aumenta considerablemente con una bajada de la tensión sanguínea y del ritmo cardíaco (...) en este estado, desde el cerebro de la criatura, tanto los componentes del sistema simpático que consumen energía, como los del sistema parasimpático economizador de energía se activan (...) provocando alteraciones bioquímicas caóticas, un estado de toxicidad neuroquímica para el cerebro de la criatura en pleno crecimiento.
Es preciso, pues, informar sobre lo que puede significar el dejar llorar a una criatura "hasta que se calle", "para que aprenda", etc. Porque quizá al principio se calle por cansancio físico y se duerma (una primera reacción de supervivencia) ; pero si se repite a menudo, lo que se hace es empujar a la criatura del estado de desesperación a estados de desconexión que se manifestarán en una amplia gama de síntomas autistas u otros, más o menos graves. Si el amor mantiene la salud, el desamor enferma. Dejar llorar a una criatura es un gran acto de desamor.
(...) La separación madre y criatura produce, con palabras de Bergman, un impacto de por vida (a lifelong impact). Pues bien, este impacto fisiológico y neurológico que ahora se está poniendo en evidencia, fue observado y descrito hace ya más de 30 años por Michael Balint en el análisis psíquico; lo llamó "Falta Básica" (8).
Aquí también el paralelismo de lo psíquico y lo somático es un chorro de luz que alumbra la integridad y la unidad psicosomática de las criaturas humanas. No puede haber impacto fisiológico sin impacto psíquico y viceversa.
Como decía, tras cincuenta años de práctica psicoanalista, Balint encontró de modo generalizado en sus pacientes, en la parte más primaria de la psique, por debajo de la construcción edípica, una herida, falta, o falla, producida por la ruptura del primary love. Sobre esta herida, dice: su influencia se extiende ampliamente, y es probable que se extienda a toda la estructura psicobiológica del individuo y abarque en varios grados tanto su psique como su cuerpo. Ahora la descripción fisiológica del survival mode y el programa de defensa regulado por las hormonas del stress, así como los recientes hallazgos de la neurobiología mencionados, ratifican la descripción de las características de la herida primaria hecha desde el psicoanálisis.
Balint asegura que la herida psíquica de este impacto alienta una gran ansiedad y se mantiene altamente activa toda la vida. Por eso, a lo largo de nuestras vidas, cuando se produce una alteración o cuestionamiento del equilibrio emocional edípico, con el que hemos arropado la herida y sobre el que hemos construido nuestro "ego" (el ejemplo más común es la ruptura de una pareja estable), se nos queda la herida al descubierto y aflora la ansiedad que mana de la Falta Básica. La ruptura de la pareja adulta no cuestiona nuestra existencia, ni tendría por tanto que provocar un sentimiento de angustia tan fuerte; pero la ruptura de la pareja con la madre sí significó un cuestionamiento de nuestra existencia. Esto quiere decir que el miedo y la ansiedad que afloran en la edad adulta provienen de la herida primal (que aunque enterrada se seguía manteniendo "altamente activa") que ha quedado al descubierto, provocando alteraciones graves en el comportamiento, violencia criminal, etc.
Referencias:
1: Bergman, N. Restoring the original paradigm es un documental que contiene una información muy completa sobre el paradigma maternal. Existe otro documental más corto : Rediscover the natural way, que está traducido al castellano y que se puede conseguir pidiéndolo a : encargos.libros@ laligadelaleche. org En http://www.kangaroo mothercarecom/ se puede pedir el Restoring the original paradigm y descolgar varios textos, los estudios clínicos de Bergman en Mowbray Hospital de Cape Town, etc.
2: Lloyd de Mause. The neurobiology of Childhood and History y War as righteus Rape and Purification, citados en "El llanto infantil y el cerebro". http://www.dormirsi nllorar.com/ y http://www.psycohis tory.org/.
3: Bergman, N. Le portage kangaroo. VI éme Journée Internationale de l`Alaitment. París, marzo 2005.
4: Schore, AN. The effects of early relational trauma on right brain development, affect regulation, and infant mental health. Infant Mental Health Journal 2001; 22 (1-2): 201-269.
5: Odent, M. Boletín del Primal Health Research Centre (http://www.primalhe alth.org/). También desarrollado por Odent en I Congreso Internacional sobre Parto y Nacimiento en Casa, en Jerez de la Frontera, oct. 2000, y recogido en el libro La cientificació n del amor. Ed. Creavida, Argentina, 1999.
6: Prescott, JW. Body Pleasure and the Origins of Violence. Bulletion of the Atomic Scientist 1975. Está disponible la traducción del artículo al castellano en internet en esta dirección: http://www.violence .de/prescott/ bulletin/ article-es. html Es de notar que existe un importante error de traducción en la tabla 1 del artículo: Donde dice “bajo bienestar” en el original pone "low display of wealth", algo así como “escasa exhibición u ostentación de riquezas".
7: Citado por Carlos Fresneda en Las raíces afectivas de la inteligencia. El Mundo, 22.09.2003.
8: Balint, M. La Falta Básica. Paidós, Barcelona 1993. 1ª publicación: Londres y Nueva York 1979.
2 comentarios:
POR FIN ENCUENTRO A ALGUIEN Q CREE EN LA MISMA FORMA D EDUCAR Q YO .TAMBIEN EN TU PAGINA HE LEIDO POR PRIMERA VEZ SOBRE la fe bahá'í,INVESTIGARE SOBRE ELLA.SALUDOS--LOLI-
Hola Lidia, Por fin tengo un ratito para leer un poco tu estupendo blog.
Creo que compartes fe con unas personas que conocí hace tiempo. Hace ya algunos años, yo debía tener unos 19 años, trabajé en una tienda..., y por lo que recuerdo, sus dueños también eran creyentes de esta fe. Hace mucho tiempo que no sé nada de ellos, eran una gente estupenda. Quizás los conozcas. Bueno, que me lío. Que tu blog está muy lindo.
Besos
Montse
Publicar un comentario